PROCUSTO: El verdugo de la diversidad humana.

En nuestros días es muy común escuchar hablar acerca de la importancia de la diversidad humana como fuerza impulsora y enriquecedora para nuestro desarrollo personal y social.  A través de la diversidad, se manifiesta la originalidad y pluralidad de las identidades que caracterizan a los grupos humanos de todo el mundo. Cada cual es como es y no como nos gustaría que fuera. Somos particularmente especiales y únicos. Y este reconocimiento configura nuestra dignidad humana.  

Según el último informe demográfico de las Naciones Unidas (2019) actualmente somos 7700 millones de personas en el mundo; pero en tiempo real, según los datos de Census.gov (2022) nuestro planeta está habitado, 7870 millones de personas. Esta suma es impresionante, pero resulta más alucinante saber que cada uno de nosotros tiene una personalidad muy singular y vemos la vida de acuerdo con nuestra historia personal y desde nuestro contexto. Somos multidimensionales porque en nosotros habita un ser físico-biológico, emocional, mental, etérico y con esencia personal.

Con la diversidad humana se han creado neologismos que tienen que ver con el respeto y aceptación por los demás, por ejemplo, se habla de inclusividad, mixidad, muchosidad, multipluralidad, interculturalidad, relativismo cultural, sororidad y tantas expresiones que ponen de manifiesto la urgencia de escuchar, respetar, y tratar a todos por igual, independientemente de su nacionalidad, sexo, religión género, discapacidades, creencias, edad; entre muchos otros factores que nos diferencian de los demás.

Tal parece que el siglo XXI se está convirtiendo en un semillero de buena voluntad y disposición para aceptar a nuestros semejantes, independientemente de su forma de pensar y comportarse; pero esta, no es la realidad. Desafortunadamente, aún seguimos teniendo muchos problemas para reconocer que los otros tienen derecho a pensar y creer diferente a nosotros. Somos proclives a “medir a la gente” conforme a nuestras propias necesidades, emociones y juicios de valor. 

En el trabajo, la escuela e incluso en la propia familia establecemos métricas para evaluar a las personas no solamente por su desempeño, sino que también y de manera subjetiva, examinamos qué tanto los demás son compatibles con nuestras ideas y creencias. Medimos a la gente por su forma de pensar, vestir y actuar; porque esperamos que encajen en nuestra vida sin la necesidad de esforzarnos por entender que, ellos, al igual que nosotros, tienen derecho a gozar una identidad personal y cultural diferente. 

Esta condición de intolerancia y falta de respeto por la diversidad es tan antigua como el hombre mismo; tenemos registro de actos ominosos que han atentado contra la dignidad, integridad y la vida de millones de personas, cuyo único delito ha sido el de tener creencias, opiniones y un estilo de vida diferentes al resto de la comunidad. Vivimos en una época en donde los valores de la igualdad y la equidad han sido incorporados a las políticas públicas para garantizar nuestro derecho a expresarnos libremente y ser reconocidos desde nuestra personalidad, género y cultura. 

Muchas veces olvidamos que, la diversidad humana fortalece y enriquece a los grupos sociales, generando un progreso hacia una sociedad más sensible y humana. Gradual e imperceptiblemente rechazamos las diferencias individuales, convirtiéndonos entonces en “Procustos: verdugos de la diversidad humana”. 

Procusto es un personaje mitológico que tenía una posada en lo alto de una colina, en la que podían hospedarse los viajeros que peregrinaban solos. Procusto los invitaba en tumbarse en su habitación y mientras el visitante dormía, lo amordazaba y ataba sus manos y pies a la cama. Si la víctima sobresalía de la cama, éste serraba sus extremidades. Por el contrario, si la persona era más pequeña que la cama, Procusto la descoyuntaba a golpe de martillo para estirarla. Hay quien dice que nadie coincidía con el tamaño de la cama, pues Procusto intercambiaba una cama muy grande con otra pequeña para que así nadie se ajustara nunca al tamaño perfecto. 

Aunque este mito ha sido empleado para explicar el rechazo hacia las personas que sobresalen en cualquier ámbito, lo cierto es que, también lo podemos utilizar para explicar la incapacidad de las personas para aceptar la diversidad.

La sociedad ha evolucionado debido a las diferencias individuales que dan lugar a la diversidad. Gracias a que todos pensamos diferente y aportamos desde nuestra cultura, idioma, edad, idiosincrasia y experiencia, hemos podido crear, innovar y transformar nuestra realidad. 

Todo lo que tenemos actualmente, es debido a que nuestros antecesores actuaban desde su propia forma de concebir el mundo, porque mientras que, para algunos resultaba fundamental proteger los derechos civiles y políticos de los ciudadanos, para otros, era necesario buscar la manera de que los algoritmos pudieran ayudarnos a resolver problemas desde un ordenador. Otros más, pusieron en marcha sus ideas para regalarnos música maravillosa. Y así, cada día surgen ideas y proyectos que generan cambios sustanciales en el mundo.

Cuando nos colocamos en el papel de “Procusto de la diversidad” perdemos la oportunidad de integrarnos como sociedad, además disminuye nuestra capacidad de apreciar, aprovechar y promover las diferencias humanas para intercambiar conocimientos y nuevas ideas. Procusto inhibe el cambio, desarrollo y la voluntad de avanzar hacia un mundo más equitativo, justo e igualitario. 

La diversidad humana es considerada como el patrimonio común de la humanidad y es importante que sea reconocida y consolidada en beneficio de las generaciones actuales y futuras. Las diferencias individuales representan puentes para comunicarnos y aprender nuevas cosas. Cada quien es como es y en eso radica su poder. Si quieres conocer más acerca del tema comunícate con nosotros, tenemos cursos y talleres para ayudarte a crecer y posicionarte en el mercado.

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Por Carmen Benavides

Directora de Contenidos TraInn MX

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